A vueltas con Eurovisión: antes y después de ABBA

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Mucho se ha hablado últimamente del festival de Eurovisión y muchos se preguntan por qué España saca unos resultados tan malos. Tampoco se dejan de comentar los “votos entre países”. La misma historia de todos los años, vaya.

Ahora, de lo que no se habla tanto es de la evolución del festival en los últimos tiempos. Me parece bastante claro que se ha convertido en un show audiovisual en el que lo importante es la puesta en escena. Año tras año se busca impresionar más al público, casi siguiendo el lema circense de “más difícil todavía”. O sin casi: véase la actuación australiana de este año.

Y realmente es que esa es la palabra: actuación. No canción. La canción, lo que se oye, es lo de menos. Despojadas de la imagen, las canciones se olvidan rápidamente y no se vuelven a escuchar por los medios. Esto ocurre incluso con la vencedora, que rara vez se convierte en un éxito notable. Posiblemente la última canción que tuvo verdadero impacto fuera del festival fue la ganadora sueca “Euphoria” en 2012. Ya van unos cuantos años…

En los inicios del festival era todo lo contrario. Lo visual importaba poco y la canción era el centro del concurso . De hecho en los primeros años solo se permitía un intérprete en el escenario, y el acompañamiento era una orquesta a la que prestaban poca atención las cámaras. Un poco en la onda de que ahora se llama “concierto básico”. No valían los artificios: o tenías una buena canción y una buena voz o adiós muy buenas.

¿Por qué esas reglas tan rígidas? Era lo que se llevaba entonces, y tampoco es que la calidad de imagen de la televisión de aquellos tiempos diera para mucho más. El festival de Eurovisión fue creado en 1956 por la Unión Europea de Radiodifusión (UER) que agrupaba a varias televisiones de Europa occidental para colaborar e intercambiarse contenidos. La idea era crear un gran evento que se emitiera simultáneamente en directo en varios países. Se inspiraron para ello en el Festival de San Remo, que por aquel entonces retransmitía con gran éxito la radiotelevisión italiana (RAI).

El evento europeo arrancó con tan solo siete países, pero pronto obtuvo popularidad. En los primeros años se hicieron famosas canciones como el “Volare” de Domenico Modugno, el “Poupée de Cire, Poupée de Son” de France Gall, el «Non ho l’età» de Gigliola Cinquetti,  o el “Puppet in a String” de Sandie Shaw.

Para el oyente actual todo esto puede parecer antiguo, pero no dejan de ser melodías pegadizas, de las que aun hoy se cantan o se tararean, se hacen versiones… en una palabra: clásicos.

Todo cambió en 1974 cuando un grupo sueco llamado ABBA ganó con una canción llamada «Waterloo» y aquello fue, como se suele decir, la bomba.

No solo la canción llegó al número uno en todo el mundo. Es que el grupo siguió sacando éxitos en los años siguientes, convirtiéndose en uno de los grandes grupos del pop en toda la historia. Incluso hoy se les sigue escuchando y el musical “Mamma mia” que se basa en sus canciones se sigue representado en todo el mundo.

Sin duda el lanzamiento de ABBA fue la cumbre del festival. Aunque haya habido posteriormente estrellas que han pasado por Eurovisión, como por ejemplo Celine Dion, su salto a la fama mundial fue posterior. Algún periodista ha dicho que el festival lleva desde 1974 buscando otro Waterloo.

El éxito de ABBA avivó cierta polémica: la del idioma en que se canta la canción. Desde 1965 existía la regla de que cada tema debía interpretarse en alguno de los idiomas oficiales del país participante. Con esto se trataba de mantener al concurso como evento de cultura europea evitando la “invasión anglosajona” del fenómeno del rock y el pop que se dio en los 60. Y así es como en el concurso se escuchaban canciones en idiomas y dialectos de lo más dispares, desde el noruego al croata.

El problema es que esta diversidad no se trasladaba a los premios: en las dos primeras décadas de historia del festival más de la mitad de las ganadoras eran canciones cantadas en francés (ya sea representado a Francia, Suiza, Mónaco o Luxemburgo). Ante esto, algunos países, particularmente los nórdicos, protestaron, argumentando que sus idiomas nacionales resultaban extraños al oído de los jurados y que los países que concursaban en inglés o francés partían con ventaja. Así que en 1973 se quitaron estas restricciones, dejando a cada país que presentara las canciones en el idioma  que quisiera. Y, como es sabido, el año siguiente ABBA ganó cantando en inglés.

Pero no quedó ahí la cosa: los dos años siguientes ganaron sendas canciones también cantadas en inglés. Cierto que una de ellas representaba al Reino Unido, pero fue demasiado para televisiones de países como Francia que exigieron y consiguieron que se volviera a la obligación de cantar en la lengua de cada país. Y así se siguió hasta que en 1999, los nórdicos y los nuevos países del este consiguieron que volviera la «libertad de idioma». Desde entonces  la mayoría de actuaciones son en inglés y la ganadora también suele serlo, salvo excepciones como Portugal hace un par de años.

El festival en las últimas décadas ya no tiene él éxito de público de la primera época y además tiene muchos detractores, que lo consideran un show bastante ñoño o incluso aburrido. Hay quien dice que se debería volver a los idiomas de cada país, pero yo no tengo claro que eso vaya a cambiar mucho las cosas.

El problema es que de los tiempos de ABBA a esta parte el festival va muy a remolque del llamado pop internacional, copiando estilos musicales y visuales de artistas americanos, desde Maddona hasta Beyoncé. A pesar del interés de los llamados eurofans, muy poco de lo que se ve es relevante u original y se suele olvidar pronto.

Hay quien dice que el festival es un símbolo de la decadencia de Europa, o incluso de la Cultura Occidental, nada menos, pero yo no creo que haga falta ponerse tan tremendos. Dejémoslo en que tuvo su momento y quedémonos con las buenas canciones que nos ha dado.

Por ejemplo, la que probablemente sea la mejor canción que ha llevado España al festival, pese a no ganar: «Eres Tú» de Mocedades. Quedó segunda, fue un éxito mundial (el disco vendió más de un millón de copias en Estados Unidos) y aún hoy es la canción española más puntuada en el festival.

¿Suena viejo? Tal vez, pero es un gran tema, qué demonios:

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