De vez en cuando se comenta que el Rey, tanto el actual como el emérito, usan un Rolls Royce que perteneció a Francisco Franco y que fue un regalo de Adolf Hitler.
¿Es esta historia cierta? Pues sí y no. Por un lado está el coche (o coches) que usaba el general Franco y posteriormente ha venido usando la Familia Real, y por otro lado está el coche que Hitler regaló a Franco. Pero son coches distintos. Vamos por partes.
El primero es un Rolls Royce Phantom IV negro que forma parte de una serie limitada diseñada expresamente para ser usada por jefes de estado y miembros de la realeza: tan solo se fabricaron 18 unidades. Franco encargó en 1948 nada menos que tres de estos vehículos, uno de ellos descapotable. Tardaron tres años en llegar a España, pues cada uno de ellos fue fabricado a mano con gran mimo y además por petición expresa se les puso una carrocería blindada muy fuerte, probada a base de disparos por los militares que estaban al cargo de la seguridad de Franco. Como os podéis imaginar, los coches costaron una fortuna para una época en la que en España se pasaba bastante penuria.

Actualmente los tres coches pertenecen al Ejército de Tierra y se mantienen en perfecto estado de uso. Son vehículos potentes, gracias a sus enormes motores de ocho cilindros en línea y 5600 centímetros cúbicos, y aunque se suelen conducir despacito, se estima que pueden alcanzar los 160 km/h de ser necesario.

Los modelos con capota, lo que se viene a llamar limusinas, se emplean con cierta asiduidad. Uno de ellos se lo emplea el monarca en ocasiones como el día de la Hispanidad y el otro se suele usar en visitas de jefes de estado. El descapotable, en cambio, se usa mucho menos, aunque es muy llamativo. Por ejemplo, lo pudimos ver en la proclamación de Felipe VI.

¿Y qué tuvo que ver Hitler con estos coches? Pues absolutamente nada, porque no solo fueron construidos cuando él estaba muerto y enterrado, sino que además no le hubiera quedado bien al Führer alemán ir regalando coches ingleses.
Eso no quiere decir que a Hitler no le gustaran los cochazos. A la casa Mercedes-Benz le encargó expresamente varios modelos de gran tamaño. Y de uno de ellos regaló un ejemplar a Franco. Se trataba del Mercedes G4.

Hoy día cuando alguien tiene un coche fuerte y pesado se dice que tiene «un tanque». Pues bien, el Mercedes G4 casi lo era. Se trataba de un todoterreno de seis ruedas, con tracción en las cuatro posteriores, una longitud de casi seis metros y un peso de 3700 kg. A pesar de tener un enorme motor de 5400 centímetros cúbicos, su velocidad máxima no llegaba a los 70 km/h. Pero esto a Hitler no le importaba demasiado, pues era un coche destinado a ser usado principalmente en paradas militares. Vamos, que Hitler lo quería para fardar.
No desaprovechó las ocasiones de hacerlo, algunas muy sonadas. Como es sabido, Hitler estaba empeñado en hacer grande a Alemania. Literalmente. En 1938, un año antes de la Segunda Guerra Mundial, Hitler amenazó con una guerra si Austria no se incorporaba al Reich Alemán. El débil gobierno austríaco replicó pidiendo la ayuda internacional, pero la respuesta de Francia y el Reino Unido (en teoría las potencias dominantes en Europa) fue muy tibia. Viendo esto Hitler, y contando con el apoyo de los nazis austríacos, dio la orden de que el ejército alemán invadiera el país, lo que se logró en pocas horas y sin disparar un solo tiro.
Fue un éxito sin paliativos, tanto que Hitler se animó a repetir la jugada meses después en los territorios checos de habla alemana, los llamados Sudetes. En ambos casos, las tropas alemanas fueron recibidas con entusiasmo por buena parte de la población y Hitler se paseó con su flamante Mercedes G4 en loor de multitudes.

El resto de la historia es sobradamente conocido: la cosa acabó mal, incluso para los Mercedes G4. Se habían fabricado tan solo 57, destinados principalmente para altos cargos del nazismo. Durante la guerra se les dio uso militar y corrieron la misma suerte que la mayoría de los vehículos del bando perdedor: casi todos quedaron dañados o inutilizados y fueron posteriormente convertidos en chatarra. De hecho que se sepa solo sobrevivieron tres. Uno de ellos se conserva en el Museo de la Automoción y la Tecnología de Sinsheim (Baden-Wurtemberg, Alemania), otro acabó en Hollywood para ser usado en películas de guerra, y el tercero fue precisamente el que regaló el Führer al Caudillo en 1940.
Este coche en concreto no sufrió demasiado. Al no ser un vehículo muy práctico los primeros años Franco lo usó poco, y después de la Segunda Guerra Mundial prácticamente nada, al menos en público. Y es que de cara a la opinión internacional a Franco no le convenía mucho pasearse con un coche tan nazi. De todas formas, cuando el régimen se abrió al exterior y Eisenhower, presidente de EE.UU., visitó España, el mandatario americano quiso darse una vuelta en el famoso Mercedes hitleriano.
El coche actualmente pertenece a Patrimonio Nacional, se conserva en un estado casi perfecto (incluso conserva su color gris verdoso del ejército alemán) y se puede visitar en la Sala de la Guardia Real del Palacio del Pardo junto a otros automóviles como los mencionados Rolls Royce.

Merece cierto comentario esto de «Patrimonio Nacional», porque no todo el mundo sabe bien en qué consiste. Pues bien, según la ley, se trata de un organismo público que gestiona los bienes del Estado «afectados al uso y servicio del Rey y de los miembros de la Real Familia«. Esto viene a significar que lo que pertenece a Patrimonio Nacional no pertenece al Rey ni a su familia pero lo tiene a su disposición. Por ejemplo, el Palacio Real de Madrid (el también conocido como Palacio de Oriente) pertenece a este ente. Es propiedad del Estado y normalmente se usa para que lo visiten los turistas pero en ciertas ocasiones lo usa el rey de España para celebraciones.
Aplicando esto al coche de marras quiere decir que aunque no sea propiedad del Rey y esté expuesto al público, en teoría podría usarlo. Ni el actual Rey ni su padre el emérito, que se sepa, han sacado el coche hasta ahora y no creo que les convenga mucho hacerlo, pero se puede decir que, de alguna manera, heredaron de Franco el regalo de Hitler.